El pavo a rejonazos

Pues la primera imagen, cuando echo para atrás en el vídeo de lo vivido en las navidades de mi infancia, es la de ver a mi madre armada de una jeringa llena de coñac inyectándole sin piedad a la pechuga de un pavo.

Cada cierto tiempo abría el horno del que salían unos aromas maravillosos y unos crujiditos chisporroteantes que indicaban la temperatura que tenía que haber allí dentro.

Y como nos hacía mucha gracia, todos los hermanos nos asomábamos a mirar los rejonazos con los que castigaba al pobre animalito.

Por lo visto era la manera de ablandar la tremenda pechuga del pavo campero que traía mi tío unos días antes.

Realmente ese era el principio de la navidad, además del momento “puesta del nacimiento y árbol”. Pero ese es otro capítulo.

La llegada de mi tío Paco a casa, cargado de cajas y bultos y con dos pavos, era un acontecimiento.

Aparecía en casa muy apresurado y alterado. Lo inmediato después de saludos y besos era decirle: tío Paco ¡¡¡no te enfades!!! Y cuando ya le habían dicho un montón de veces ¡¡¡no te enfades!!! el contestaba muy airado: no me enfado, ¡¡¡soy así!!!

Entonces empezábamos a oír hablar de si iba a caber en la despensa todo lo que traía, que como traía esas nueces tan feas, que por qué no traía patatas, que donde estaban las rosquillas bañadas y las galletas rizadas….en fin, todos los años algo parecido.

Pero el día importante siempre teníamos en la enorme mesa vestida con un mantel blanquísimo, un montón de guarniciones acompañando al pavo. Y a mi abuelo, mis padres, el famoso tío Paco y su mujer, mis cinco hermanos y yo, dispuestos a celebrar otra maravillosa navidad.

En las navidades actuales han variado el lugar de celebración y muchos comensales ya no están con nosotros, pero yo sigo con la tradición de rellenar y asar un pavo. Antes lo trinchaba mi padre, después el relevo lo tomaron dos de mis hermanos.

Estos últimos años hemos llegado a ser más de veinte a comer y mi hermano Juan pidió voluntarios para aprender a trinchar; el solo no podía con tanto! El resultado es que tengo en casa un trinchador estupendo: mi hijo Álvaro.

Belén

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